Ostrogoto [es]

La insurrección y su doble

Al distinguir el verdadero romanticismo del falso, Victor Hugo observó que todo pensamiento auténtico es espiado por un inquietante doble siempre al acecho, siempre a punto para fundirse con el original. Personaje de asombrosa plasticidad que juega con las semejanzas para recabar algunos aplausos sobre el escenario, este doble tiene la singular capacidad de transformar el azufre en agua bendita y hacer que sea aceptado por el público más recalcitrante. También la insurrección moderna, la que gustosamente prescinde de los Comités Centrales y los Sol dell’Avvenire, tiene que vérselas con su sombra,  con su parásita, con un clásico que la imita, que lleva sus colores, se viste con sus ropas, recoge sus migajas.

 

Publicado en marzo del 2007 y firmado por el Comité Invisible, La insurrección que viene se ha dado a conocer en las crónicas transalpinas a raíz de la investigación judicial que condujo a la detención de 9 subversivos en el pequeño pueblo de Tarnac el pasado 11 de noviembre de 2008, acusados de estar involucrados en un sabotage contra la red de trenes de alta velocidad. Como frecuentemente ocurre en estos casos, el juez ha querido reforzar su teorema también desde el punto de vista “teórico”, atribuyendo a uno de los detenidos la autorìa del libro en cuestión. Publicado por una pequeña editorial comercial de izquierdas, distribuido por todo el territorio nacional, y bien acogido por el establishment en el momento de su publicación, La insurrección que viene se ha convertido, por decisión de la Fiscalia, en un peligroso y temible «manual de sabotage». De ahí su éxito, favorecido además por la intervención a su favor de algunos clérigos de la intelligentsia (francesa y no sólo), preocupados por la indebida intrusión policial en el campo de la filosofía política. Se puede intuir el desconcierto de quien ha descubierto de pronto que el Partido podrá ser Imaginario, pero que la policía lo es mucho menos, y lo es menos aún la satisfacción del editor de este libro, que jamás hubiera imaginado encontrar en el Ministerio del Interior una agencia publicitaria tan eficiente. De todos modos todos los arrestados han salido de la cárcel al cabo de unos meses y no se espera que vuelvan en mucho tiempo. Se puede pues concluir aquí toda referencia a este acontecimiento, que no ha dejado de tener connotaciones grotescas dado que la relación entre La insurrección que viene y los arrestados de Tarnac ha sido, a fin de cuentas, obra de la magistratura francesa. No hay por tanto motivo para seguir ocupandonos de él.

Digna de mención es sin embargo la breve nota introductoria a la edición italiana, en la que los “Traductores Invisibles” (hablando del franchising de la política ...) no dudan en utilizar la investigación judicial de la que hablamos como demostración práctica del valor de este texto. Tras haber dado la palabra a su presunto autor, según el cual «Lo escandaloso de este libro es que todo lo que en él figura es rigurosa y catastróficamente cierto, y no deja de demostrarse cada vez más» (cita extraída de una entrevista concedida al conocido periódico subversivo Le Monde), los Traductores Invisibles llegan a la bizarra conclusión de que fue arrestado sólo por ser sospechoso de haber escrito «el libro que tienes en las manos». Presos de la excitación, dicen haberlo traducido «porque lo que dice es cierto, y sobre todo, porque lo dice». Razón por la que «casi deberíamos dar las gracias al triste teatrillo de las leyes antiterroristas... por haber hecho que este libro sea leído a tan gran escala, de manera colectiva, y a menudo desde un punto de vista práctico. Si no hubiera sido por ellas, probablemente el gozo propagado por este libro no hubiera alcanzado a tanta gente». ¿Qué decir respecto a semejantes consideraciones, que compiten en devoción con otras salivaciones de reminiscencia prositu? Quizás haya que recordar que no es la primera vez que un escrito subversivo se ha utilizado como elemento de apoyo de una investigación judicial sin convertirse por ello en Evangelio. Sería como pretender que la detención de algunos estalinistas demuestra la verdad de las publicaciones marxistas-leninistas, o la de algunos anarquistas la verdad de los libros antiautoritarios. Y pretender al mismo tiempo que el poder francés no se alarma por las revueltas que inflaman los banlieu, por los periódicos movimientos sociales radicales, por las acciones directas que se van propagando por todo el territorio, o por un posible encuentro entre todos estos acontecimientos, sino por un comentario sobre ellos disponible por 7 euros en cualquier librería... es un consuelo típico de ciertos barricadistas de salón. El hecho de que los Traductores, Invisibles pero sobre todo Interesados, transformen la represión en un spot publicitario no dice nada sobre este libro, pero dice mucho sobre ellos.

 

Pero ¿cuál es esa insurrección que llega de la que hablamos? ¿La original procedente de Francia, o la que desembarca en otros lugares precedida de toques de trompeta? No nos dejemos engañar por las apariencias, porque no son en absoluto la misma. La primera es la expresión de un medio que en un mundo de zombis apunta directamente al éxito resucitando el cadáver de la vanguardia, y para hacerlo se apoya en la industria cultural. La segunda, que tiene la desventura de ser exhibida en un país en el que por ahora la revolución no hace mercado, está obligada a cubrir las lentejuelas de la mercancía con la capa de la conspiración. Los lectores italianos que lean con avidez este texto, ebrios del perfume subversivo salpicado por los maderos, ¿habrían hecho lo mismo si se lo hubieran encontrado en una estantería de la Feltrinelli1 con la recomendación de algún iniciado como única referencia? Permítasenos dudarlo. Pero es igual, es inútil redundar en el tema. Comenzamos pues a abordar el texto por su contenido, fuera de su contexto específico, sobre el que volveremos brevemente al final. Evidentemente son las discrepancias, más que las concordancias, las que han atraído nuestra atención.

Además de un prólogo, el libro está compuesto por siete círculos y cuatro capítulos. En la primera parte el Comité Invisible se viste de Dante para hacernos atravesar el infierno de la actual sociedad ilustrándolo con numerosos ejemplos. En la segunda se nos introduce en el paraíso de la insurrección, a alcanzar mediante la multiplicación de las comunas. Si la primera lo tiene fácil para obtener una aprobación inequívoca, con una panorámica del mundo que nos ofrece un escorzo de las continuas devastaciones, la segunda, ciertamente, renquea. Ambas presentan sin embargo una característica común: cierta vaguedad bien disimulada por el estilo seco y perentorio. Pero ¿estamos seguros de que esto constituye un defecto y no es, por el contrario, un ingrediente fundamental del éxito de este libro?

Para ser redactores de un ensayo de filosofía política, el Comité Invisible ostenta un fuerte desprecio por la especulación y una señalada propensión a la práctica. Lo que está muy bien, sobre todo porque les permite recabar el aplauso tanto de eruditos en abstinencia vitamínica como de activistas sedientos de saber. Distinguiéndose de las múltiples sectas marxistas, al Comité Invisible no le gustan los grandes análisis que todo subsumen & explican, explican & subsumen. Análisis inteligentes si se quiere, de acuerdo, pero que despues de un siglo y medio tocan ya un poco los huevos. Son inciertos, discutibles, a veces también patéticos. La crítica de lo existente sujeto a la totalidad no les interesa. Pero al igual que las distintas sectas marxistas, el C.I. está deseoso de imponer su propia visión. Y dado que hoy cualquier dicurso que pretendiera ser tomado en serio por estar fundado sobre presupuestos “científicos” suscitaría cierta hilaridad, es mejor apuntar hacia otro lado, es mejor hacerlo pasar por correcto por estar basado en constataciones. Basta de análisis, de críticas, de estudios, paso a la evidencia y a su granítica objetividad. Así, con afectada humildad, el Comité Invisible precisa desde el principio que se conforma con «poner un poco de orden en los lugares comunes de la epoca, en lo que se murmura en las barras de los bares o tras las puertas cerradas de los dormitorios», es decir, «de fijar las verdades necesarias». Sus miembros tampoco se consideran autores de este libro: simplemente «se han convertido en los escribas de la situacion. Es el privilegio de las circunstancias radicales que la precisión lleva con toda lógica a la revolución. Basta con decir lo que se tiene ante los ojos y no eludir la conclusión». Seguro que eso no lo habíais pensado: los lugares comunes son las verdades necesarias que hay que transcribir para hacer despertar el sentido de la precisión que conduce lógicamente a la revolución. Obvio ¿no? 

Se nos sumirá a continuación en los siete círculos en los que se subdivide el infierno social contemporáneo y encontraremos muy pocas ideas sobre las que reflexionar, pero muchos estados de ánimo que compartir. Como ya se ha dicho, los autores de este texto evitan basar su discurso en teoría alguna. Para no correr el riesgo de parecer rancios, prefieren registrar la vivencia en su ordienaridad, donde todo se vuelve familiar, como un lugar común precisamente. En este nítido y bien articulado fluir de banalidad cotidiana – hecho de anécdotas, ocurrencias, eslóganes publicitarios, sondeos, etc. – cada uno encuentra algo con lo que se reconoce. Al constatar con tono apocalíptico el inminente fin del mundo, pasando revista a los diversos ámbitos sociales en los que éste se está consumando, el Comité Invisible se detiene en los efectos más inmediatamente perceptibles, sin hablar de las posibles causas. De hecho nos informa de que «el malestar general deja de ser sostenible en el momento en que aparece como lo que es: un malestar sin causas ni razones». ¿Sin causas ni razones? No cabe esperar críticas radicales a los existente, como podrían ser las resultantes de combinar las comunistas al capitalismo con las anarquistas del Estado: hay que evitar la antigualla si se quiere parecer original. Se certifica así la impotencia política, la bancarrota económica, la decadencia social de esta civilización, pero siempre vista desde dentro. Sin desilusión por lo que es, pero sin ningún ímpetu por lo que podría ser. Por eso La insurrección que viene nació en forma de mercancía editorial y está pensado y escrito para llegar al “gran público”. Y el “gran público” está compuesto por espectadores ávidos de emociones a consumir en el momento, en el curso de situaciones, y es refractario a las ideas que pueden dar sentido a una vida. Al “gran público”, si se le quiere seducir, hay que proporcionarle imágenes fáciles en las que se pueda reflejar sin mucho esfuerzo (como declaran satisfechos los inefables traductores italianos, «sin promesas de inferencias a alcanzar al término de tal o cual interpretación»).

Resulta casi innecesario hacer notar que el fantasma de Guy Debord infesta todo el texto, que a ratos recuerda también a El club de la lucha, la célebre película basada en la novela de Chuck Palahniuk, conocida por su estilo «duro e innovador, de contenido nihilista». El Comité Invisible nos trae a la cabeza al atildado Edward Norton sentado en el retrete catálogo de Ikea en mano, a punto de transmutarse en un salvaje Brad Pitt. La misma “esquizofrenia”, las mismas frases de efecto disparo a quemarropa.

Esta es tu vida y se está acabando minuto a minuto

– Cualquier otra cosa en la vida aparte de la lucha carece de importancia. ¡Podéis afrontarlo todo!

– Estaba delante de las narices de todo el mundo, Tyler y yo sólo lo hemos hecho visible. Estaba en la punta de la lengua de todos, Tyler y yo sólo le hemos dado un nombre.
– Asesinatos, crímenes, pobreza, son cosas que no me incumben. Lo que sí me importa son los famosos de las revistas, la televisión con quinientos canales, el nombre de un fulano en mi ropa interior, las lociones capilares, el viagra, sucedáneos.

– Sólo tras haberlo perdido todo somos libres para actuar. 

– Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra ni la gran depresión. Nuestra gran guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. 

– Hemos crecido con la televisión, que nos convenció de que un día nos haríamos millonarios, mitos del cine, estrellas del rock. Pero no ha sido así. Y lentamente nos estamos dando cuenta, lo que hace que estemos muy cabreados.

– No sois vuestro trabajo, no sois vuestra cuenta corriente, no sois el coche que tenéis, ni el contenido de vuestra cartera, no sois vuestra ropa de marca, ¡sois la mierda  cantante y danzante del mundo!

– ¿Por qué esos edificios? ¿Por qué compañías de targetas de crédito?. Si se elimina la relación de deudas todos volveremos al punto cero. Se crea el caos total. 

.... Y adelante así hasta el derrumbe de las metrópolis.

En este clima estético-nihilista, La insurrección que viene recrea el fin de la convivencia civil con la distancia que separa las cancioncillas sentimentales del belicismo del rap más militante. El fin de la familia se deduce del ambiente de aburrimiento y fastidio que se cierne sobre las rituales cenas comunes. El fin de la economía se puede intuir en los chistes que circulan entre ejecutivos. El fin de las ciudades se concretiza en forma de manifiesto publicitario. Llegados al final del séptimo círculo, la conclusión está clara: como el dúo Norton/Pitt, el Comité Invisible merece todos los aplausos. Poco importa que no sea difícil resultar convincente cuando te limitas a describir los horrores cotidianos de los que todos somos víctimas. ¿Y a quién puede molestar que esta larga serie de constataciones objetivas deje filtrar aquí y allá algún tic subjetivo? Venga, no seais quisquillosos. No gruñáis ante la reiterada apología del Nosotros colectivo acompañada del consiguiente desprecio del Yo individual. Una vez liquidado como inspirador de Reebok, el individuo es contrabandeado como sinónimo de «identidad», «problema», «camisa de fuerza». A los aspirantes a pastores les gusta deleitarse con el hedor del manada. Para hacerles felices basta con la evocación de una banda callejera o de un colectivo político, con sus respectivos gregarios dispuestos a seguirles en sus grescas y manifestaciones por el control racketistico del «territorio». La unicidad se rechaza porque no hace masa de maniobra. El grado cero de conciencia es el silencio en el que resuenan más fuerte los eslóganes, el papel en blanco en el que se imprimen los Llamamientos a enrolarse.

Del mismo modo, tampoco os irritéis por la presencia de la bizantina distinción entre la política y lo político, del afanoso intento de salvar lo salvable tras haber levantado acta del naufragio en curso. El fuego que incinera cualquier reivindicación, como el furor que se sustrae de toda confrontación cívica, tienen por supuesto un significado político. Pero ¿para quién? No para lo insurrrectos anónimos que quieren hacer tabla rasa de cuanto les rodea, a los que les vale dar rienda suelta a sus deseos. Las preocupaciones políticas pertenecen sólo a los «seudópodos de Estado». Y no resopléis tampoco frente a la reproposición de cantinelas dialécticas, imprescindibles encajes de bolillos que transforman las sucesiones de eventos en un mecanismo bien engrasado (si para Marx y Engels «la burguesía ha fabricado las armas que le causan la muerte», para el Comité Invisible «la metrópolis produce también los medios para su propia destrucción»). Si todo esto evoca algo viejo y lúgubre es porque están imbuídos de prejuicios ideológicos viejos y lúgubres. 

Dramáticamente conscientes de que «no nos liberamos de lo que nos coarta sin perder al mismo tiempo aquello sobre lo que podríamos ejercer nuestras fuerzas», el Comité Invisible se mantiene a una distancia de seguridad de toda irreductible alteridad. Mejor no excederse en «desafiliación», mejor que ésta siga siendo «política». Esta sociedad se ha hecho invivible, se repite una y otra vez, pero sólo tras haber constatado los fracasos en el mantenimiento de sus promesas. Viene a decirse: ¿y si no hubiese sido así? Quén sabe, si no hubiésemos sido «expropiados de nuestra lengua por la enseñanza» o «de nuestras canciones por las varietés» o «de nuestra ciudad por la policía», podríamos ser felices viviendo en este mundo. A la espera de reapropiarnos de algo que nunca hemos tenido, podremos vivir y luchar explotando a nuestros progenitores («Con lo que hay de incondicional en los vínculos de parentesco, tenemos la intención de construir el armazón de una solidaridad política tan impenetrable a la injerencia del Estado como un campamento de gitanos. Incluso las interminables subvenciones que muchos padres están abocados a pagar a su progenie proletarizada pueden convertirse en una forma de mecenazgo en beneficio de la subversion social»), o quizás participando en el circo electoral («Aquellos que aún votan dan la impresión de no tener otra intención que la de hacer saltar las urnas a fuerza de votar, en pura protesta. Empieza a adivinarse que es, de hecho, contra el voto mismo que se sigue votando»). Estos filósofos radicales, ¡qué cachondos! Y luego maltratan a los más conformistas de sus lectores asustándoles con la evocación de los incendios del invierno del 2005, amenazándoles con la apología del hampa de periferia, sorprendiéndoles con la afirmación de la inutilidad práctica del Estado, llegando a acusarles de envidiar la vida de los pobres.

¿Todo esto para llegar adónde? Para el Comité Invisible, esta civilización no tiene ya nada que ofrecer. Sólo que se trata de un ocaso que no anuncia ninguna aurora. Como en todas las formas de nihilismo – y como es sabido, nada excita más a los filósofos radicales que el nihilismo – es la tensión utópica la que paga las consecuencias. Fuera de este mundo sólo hay este mundo. No hay solución, no hay futuro. Queda sólo un presente en rápida descomposición en el que sobrevivir de la manera menos mala. No sorprende pues que para los autores «hacerse autónomo» signifique simplemente «aprender a pelearse en la calle, a ocupar casas vacías, a no trabajar, a amarse locamente y a robar en los supermercados». Sobrevivir “en lo menos malo”, precisamente.

Pero entonces, ¿la insurrección? Ahora llegamos. Tras haber descrito un malestar social sin causa ni razón, llegamos a la segunda parte, en la que se anuncia una insurrección sin contenido. También aquí, desde el principio, llama la atención la perspectiva adoptada, apta para contentar a todos los paladares. Una insurrección, dice el Comité Invisible, «ya no podemos siquiera imaginarnos por dónde comienza». Por una revuelta – se podría objetar con irritación. Naaah, demasiado preciso. Mejor dejar la cuestión en suspenso, para así atraer cuantos más curiosos posibles, y saltar de un tema a otro para eludir los puntos en los que habitualmente los pareceres se dividen. ¿Pensáis que las relaciones entre subversivos deben basarse en la afinidad (es decir, en un compartir perspectivas generales e ideas)? ¿O bien en la afectividad (es decir, en un momentáneo compartir situaciones particulares y sentimientos)? Ningun problema, el Comité Invisible con un salto acrobático soslaya grácilmente el obstáculo para balancearse sobre una sensacional superposición («se nos ha inculcado una idea neutra de la amistad, como mero afecto sin consecuencias. Pero toda afinidad es afinidad en una verdad común»). El truco es sencillo. En vez de partir de los deseos individuales, siempre múltiples y divergentes, basta partir de contextos sociales fácilmente perceptibles como comunes. Al Comité Invisible no le gustan las ideas que se tienen, prefiere la verdad que nos tiene: «una verdad no es una visión del mundo, sino lo que nos mantiene ligados a él de manera irreductible. Una verdad no es algo que se detenta, sino algo que nos lleva». La verdad es externa y objetiva, unívoca, fuera de discusión. La inminencia del fin del mundo que nos rodea, por ejemplo (ignorando así una posible dilación artificial de la agonía). Basta  compartir el sentimiento de esta verdad para hacer camarilla en torno a banalidades del tipo «hay que organizarse». No rompáis el encantamiento. Aceptad esta verdad, según la cual el callejón sin salida en el que se encuentra el orden social se convierte en una autopista para la insurrección, y no oséis preguntar: ¿organizarse cómo? ¿Para hacer qué? ¿Con quién? Y ¿por qué?

¿Sois de los que consideran que la destrucción del viejo mundo es algo preliminar e inevitable para una auténtica transformacion social? ¿O tal vez sois del parecer de que el nacimiento inmediato de nuevas formas de vida surgirá de la desautorización de los viejos modelos autoritarios, volviendo innecesario cualquier enfrentamiento directo con el poder? Ningún problema, una vez más el Comité Invisible, jugando a dos bandas, es capaz de conciliar tensiones que siempre han estado contrapuestas. Por un lado ansía «una multiplicidad de comunas que substituyeran a las instituciones de la sociedad: la familia, la escuela, el sindicato, el club deportivo, etc.» y por otro teoriza «No hay que hacerse visible, sino usar en nuestro favor el anonimato al que hemos sido relegados y, mediante la conspiración, la acción nocturna o clandestina, hacer de él una inatacable posición de ataque». La falta de embarazo de los escritores-que-constatan-evidencias es embarazosa. Es cierto que la historia del movimiento revolucionario es un inmenso arsenal, teórico y práctico, que saquear. Pero la sorprendente desenvoltura con la que deshacen nudos seculares es fruto de una grosera manipulación. Transforman el concepto de “Comuna” en un passepartout ideológico capaz de abrir de par en par cualquier puerta. Con tal de recabar consensos en el abigarrado campo de los descontentos, tanto entre los enemigos de este mundo (para los que la Comuna es sinónimo del Paris insurrecto de 1871) como entre los alternativos a este mundo (para los que la Comuna es el oasis feliz en el desierto del capitalismo), llegan a hacerse cantores de una «Comuna» que ven por todas partes:«toda huelga salvaje es una comuna, toda casa ocupada colectivamente sobre unas bases claras es una comuna, los comités de acción del 68 eran comunas como lo eran los pueblos de esclavos cimarrones en los Estados Unidos, o también Radio Alicía, en Bolonia, en 1977». ¿Algo más? «Una comuna es la unidad elemental de la realidad partisana. Una escalada insurreccional no es quizás nada más que una multiplicación de comunas, su conexión y su articulación. Según el curso de los acontecimientos, las comunas se funden en entidades de mayor envergadura o, por el contrario, se fraccionan. Entre un grupo de hermanas y hermanos juntos “hasta que la muerte los separe” y la reunión de una multiplicidad de grupos, de comités, de bandas para organizar el abastecimiento y la autodefensa de un barrio, o de una región sublevada, no hay más que una diferencia de tamaño; son indistintamente comunas». Cierto, indistintamente todos los gatos son pardos.

Resulta increíble que haya que recordar que el debate sobre la relación entre ruptura revolucionaria y experimentación de formas de vida alternativas al modelo único impuesto por las relaciones sociales dominantes se remonta por lo menos a finales del siglo XIX. En Italia se manifestó sobre todo en las discusiones en torno a la Colonia Cecilia, y en Francia se encarnó en las elecciones exisenciales de dos hermanos, Emile y Fortuné Henry (lo sentimos, pero cada uno tiene una Historia que transmitir. A nosotros, a diferencia que al Comité Invisible, nos vienen a la memoria los anarquistas). El primero de ellos, suscribiendo las palabras de Alexander Herzen según las cuales «nosotros no construimos, demolemos; no anunciamos nuevas revelaciones, destruimos las viejas mentiras», acabó en el patíbulo tras haber llevado a cabo unos atentados con dinamita. Los términos del problema casi no han cambiado desde entonces: ¿Puede manifestarse una nueva forma de vida sólo en el curso de fracturas insurreccionales, o puede por el contrario darse al margen de éstas? ¿Son las barricadas las que hacen posible lo imposible mediante la suspensión de hábitos, prejuicios y prohibiciones seculares? ¿O acaso ese imposible puede ser saboreado y alimentado cotidianamente fuera de la alienación dominante?

El Comité Invisible es como la virtud, siempre está en el medio. Como los actuales defensores de la «esfera pública no estatal» (desde los militantes anarquistas más laxos a los “desobedientes” negristas más espabilados), sostiene que «La autoorganización local, al superponer su propia geografía sobre la cartografía estatal, la enmaraña, la anula; produce su propia secesión». Pero mientras los primeros ven en la progresiva difusión de experiencias de autoorganizacion una alternativa a la hipotesis insurreccional, el Comité Invisible propone una integración estratégica de vías consideradas hasta ahora divergentes. No más el sabotage o el huerto, sino el sabotage y el huerto. De día a sembrar patatas, de noche a derribar torretas. La actividad diurna se ve justificada por la exigencia de no ser dependiente de los servicios que hoy en día proveen el mercado y el Estado y de garantizarse cierta autonomía material («¿Cómo alimentarse una vez que todo se ha paralizado? Saquear las tiendas, como se hizo en Argentina, tiene sus límites»). La nocturna por la necesidad de interrumpir los flujos del poder («El primer gesto para que algo pueda surgir en medio de la metrópolis, para que se abran otros posibles, es detener su perpetuum mobile»). Arrastrados por el entusiasmo por esta brillante combinación que jamás antes había asomado por la cabeza de ningún revolucionario, y tras haber escrito que «El movimiento expansivo de constitución de comunas debe adelantar soterradamente al de la metrópolis», los autores se preguntan «¿Por qué las comunas no habrían de multiplicarse hasta el infinito? En cada fábrica, en cada calle, en cada pueblo, en cada escuela. ¡Por fin el reino de los comités de base!». La respuesta a este interrogante es una evidencia fácilmente constatable en Tarnac el 11 de noviembre de 2008: la policía que viene. Sin ninguna originalidad, el Comité Invisible remastica las viejas ilusiones de los setenta sobre la «Comuna Armada», esto es, una comuna que no se encierre en la defensa de su proprio espacio liberado, sino que se dirija al ataque del resto de espacios que permanecen en manos del poder. Sólo que esto no es realizable por al menos dos razones.

La primera es que, fuera de un contexto insurreccional, una comuna vive en uno de los intersticios que la dominación ha dejado vacío. Su supervivencia depende de su inofensividad. Cultivar calabacines en huertos biológicos, cocinar pasta para comedores populares, curar enfermedades en ambulatorios autogestionados, hasta ahí todo bien. A veces es útil que alguien remedie las carencias de los servicios sociales, y en el fondo vienen bien áreas de aparcamiento de marginados lejos de los resplandecientes escaparates de los centros urbanos. Pero en cuanto se sale en busca del enemigo, la cosa cambia. Tarde o temprano la policía llama a la puerta y la comuna se acaba, o por lo menos, se redimensiona. ¡Y pretenden “adelantar” a la metrópolis! Todas las comunas que han ido contra lo existente han tenido una vida breve. 

El otro motivo que frustra el intento de generalización de las «Comunas Armadas» fuera de una insurrección es la dificultad material a la que se enfrentan este tipo de experiencias, que por lo general ven surgir frente a ellas un sinfín de problemas acompañados de una crónica falta de recursos. Y dado que sólo unos pocos privilegiados son capaces de resolver cualquier complicacion con la velocidad con la que se firma un cheque (a no ser que te lo firme papá o mamá mecenas de la subversión) los integrantes de la comuna casi siempre se ven obligados a dedicar todo su tiempo y energía a su “funcionamiento” interno. En suma, y por seguir con la metáfora, por un lado la actividad diurna, con sus exigencias, tiende a absorver todas las fuerzas en detrimento de la actividad nocturna; por otro, la actividad nocturna, con sus consecuencias, tiende a poner en peligro la actividad diurna. Al final, estas dos tensiones chocan. Fortuné Henry, en el momento en que inició una intensa actividad propagandística que le llevó a asentarse en Aiglemont, vio su experimento social naufragar en poquísimo tiempo (y nadie lo lamentó). Los anarquistas ilegalistas franceses de principos del siglo XX habían convivido en la colonia Romanville, pero fue sólo tras el colapso de esta tentativa comunitaria y de su vuelta a París que se convirtieron en los «bandidos del automóvil».

Pero quede claro que no pretendemos negar la importancia de tales experimentos. Pretendemos tan sólo no atribuirles un significado y un alcance que no pueden tener. Como Malatesta en 1913, «No tenemos nada que objetar ante el hecho de que algunos compañeros busquen organizar su vida como quieran y saquen el mejor partido posible de las circunstancias en las que se encuentran. Pero protestamos cuando las formas de vida, que no son y no pueden ser más que adaptaciones al sistema actual, se quieren presentar como algo anarquista o, peor, como medios de transformar la sociedad sin recurrir a la revolución». Un experimento in vitro, limitado y circunscrito, es desde luego capaz de sumunistrar buenas pistas y ser muy útil en determinadas circunstancias, pero no constituye de por sí la liberacion. Extender el concepto de Comuna a todas las manifestaciones rebeldes y equiparar su suma a una insurrección, como hace el Comité Invisible, es una salida instrumental para soslayar la cuestión y hacer que su eslogan publicitario sea acogido por todas partes. Si el conjunto de prácticas subversivas es la insurrección, entonces ésta no está en absoluto llegando: ya está presente, siempre lo ha estado. ¿No os habíais dado cuenta? Más que una constatación que difunde gozo, parece un consuelo que difunde complacencia. En jerga retórica se podría tal vez definir, si se nos permite la trivialidad, como una metonimia. Dicho de manera vulgar, un intercambio de términos que consiste en usar el nombre de la causa por el del efecto, del continente por el contenido, de la materia por el objeto... Se trata de un confusionismo muy útil para el Comité Invisible, que le permite ganarse tanto a quien piensa en la satisfacción de necesidades cotidianas como a quien aspira a la realización de deseos utópicos (por lo demás, «rabia y política no se deberían haber desligado nunca»), de acercarse tanto a los entregados a «comprender la biología del placton» como a los que se plantean cuestones como «¿Cómo inutlizar una linea de TGV, o una red eléctrica? ¿Cómo encontrar los puntos débiles de las redes informáticas, cómo generar interferencias en las ondas de radio y hacer que desaparezcan las imágenes de la pequeña pantalla?» A través del alarde de su afán por la  práctica – noble intento al que nadie osaría oponerse – el Comité Invisible elude cualquier cuestión que pudiera suscitar discordia, frotándose las manos por la “fecundidad política” así alcanzada. Mete mucho ruido contra esta civilización y no dice una sola palabra sobre aquello por lo que lucha. ¿El resultado práctico de esta actitud? «Tenemos la hostilidad hacia esta civilización para trazar unas solidaridades y unos frentes comunes a escala mundial». Pero si la hostilidad hacia esta civilización se acompañara por la pasión por una existencia privada de toda forma de dominación, todos estos frentes comunes no serían posibles: ¿quién llegaría a una alianza con un competidor del poder?

Cuando no se explican ni sobre el porqué ni sobre el qué, podemos imaginar cómo afrontarán la cuestión del cómo. También aquí la omisión viene revestida con el manto del estilo: «en lo relativo a decidir acciones, este podría ser el principio: si cada uno va a reconocer el terreno, si se confirman los datos, la decisión llegará por sí misma; más que tomarla nosotros, ella nos tomará». Inútil por tanto perder tiempo en aburridos debates sobre el método a seguir o la finalidad a alcanzar, que tienen además la fastidiosa consecuencia de producir discrepancias: salgamos por ahí a callejear y la decisión vendrá por sí sola. Hermosa, luminosa y válida para todos. Ante la necesidad de alguna precisión, se puede echar una ojeada a sus referencias históricas y hacer un esfuerzo de imaginación. Si bien de palabra «el incendio de noviembre de 2005 ofrece el modelo», la acción que tienen en mente los autores parece asemejarse más a la de un Partido de los Panteras Negras guiado por Blanqui. Si pensáis que parece un batiburrillo autoritario de corte vanguardista, es porque estáis irremediablemente anticuados y superados, incapaces de contentaros con dotes evanescentes como la «densidad» relacional, o el «espiritu comunitario», pero capaces tal vez de encontrar empalagosa la descripción literaria de lo que podría pasar en una insurrección, ¡como la que aparece al final del libro! Habíamos ya señalado la escasa precisión con la que está redactado este texto, lo que no constituye precisamente su mayor defecto, su punto débil, como algunos han sostenido al reseñarlo. Al contrario, resulta ser su punto fuerte. La insurrección que viene está a la altura de los tiempos, perfectamente a la moda. Posee las características más requeridas actualmente, es flexible y elástico, se adapta a todas las circunstancias (del ámbito subversivo). Se sabe presentar, tiene estilo y resulta simpático a cualquiera porque da un poco la razón a todos, sin descontentar a fondo a nadie. Desde este punto de vista, es un libro eminentemente politico.

Para terminar, un par de palabras sobre el contexto del que proviene el libro. Francia es, como es sabido, la patria de la revolución y del amor. Pero también de las vanguardias culturales. Allí se publicó el Manifiesto del Futurismo, texto considerado inaugurador de la vanguardia, y allí estuvo activa la Internacional Situacionista, considerada su última expresión. El Comité Invisible es el nigromante de esta pútrida tradición que querría conjugar tensiones revolucionarias e ingresos de tendero2 (generalmente poniendo las primeras al servicio de los segundos). Como sus predecesores, no hacen sino publicitar cuestiones que de siempre han sido abordadas por individuos y grupos alejados del escenario cultural y político.  Tras haber recurrido a las fuentes más extravagantes del patrimonio revolucionario y tras haber mezclado bien los elementos seleccionados, presentan con el ceño fruncido este chispeante mix subversivo a un público de consumidores de emociones radicales, jactándose de su originalidad. Aun conociendo las contradicciones en las que calleron sus padres/padrinos, el Comité Invisible les sigue tanto de palabra como en los actos. El resultado es un texto publicado por una editorial comercial, pero que al mismo tiempo pone en guardia contra «los ambientes culturales» cuya tarea es «identificar las intensidades nacientes y sustraeros, exponiéndolo, el sentido de lo que hacéis». Por un lado es elegido libro del mes en el FNAC, por otro avisa que «En Francia, la literatura es el espacio que soberanamente se ha otorgado para divertimento de los castrados. Es la libertad formal que se ha concedido a quienes no se adaptan a la nada de su libertad real».  Pero como ya hemos dicho, un movimiento revolucionario que aspire a alcanzar una ruptura con lo existente no tiene ninguna necesidad de ser ratificado por el orden social que critica. Dejamos para los oportunistas de todo pelaje la hipocresía de hacer pasar por desprejuiciada incursión en territorio enemigo lo que en realidad es colaboracionismo. Extraña idea de autonomía y secesión de las instiuciones es esa que induce a poner pie en ellas.  

Ahora podemos entender que los fans de este libro tengan buenos motivos para regocijarse: la edición estadounidense, publicada por Semiotext(e), especializada en la french theory post-estructuralista, será distribuida por M.I.T. Press (por tan sólo 12.95 dolares). Su éxito se prevé planetario.  A pesar de las conexiones que podamos sentir con ella, La insurrección que viene en los escaparates de todas las librerías no es más que la caricatura y la comercialización de la insurrección que podría romper todos ellos.

 

1 Mayor casa editorial de Italia, que posee a su vez grandes librerías repartidas por todo el país. (NdT). 

2 Uno de los presuntos autores del libro, arrestado en Tarnac, declaró a unos periodistas ser un simple “épicier”, esto es, propietario de una tienda de ultramarinos. (NdT).